En todo trabajo creativo, tarde o temprano, aparece un momento que supone un punto de inflexión para quien lo realiza. Se produce de manera inconsciente, resulta imperceptible a ojos de la gente, y el creador en cuestión es el único que es capaz de percibirlo.
Este momento, esta inflexión, existe llegado el tiempo en el que el autor domina de tal manera su actividad creativa que obra tras obra, trabajo tras trabajo, es capaz de solventar su tarea de forma satisfactoria con independencia de lo problemática que pueda resultar. Esto es lo que se conoce comúnmente como “Oficio”. Se dice que un autor tiene oficio cando maneja los distintos aspectos de su trabajo, cuando es una garantía de buen resultado, cuando la experiencia vivida le otorga una capacidad superior a la hora de llevar una obra a buen término.
Sin embargo, ese “buen hacer”, tan apreciado por los destinatarios finales de las obras, o mismo por quienes las encargan o producen, acaba por convertirse en una especie de prisión para el propio autor. Una prisión mecánica en la que independientemente del tipo de obra, temática, formato o destinatario final, el autor acaba por solucionarla del mismo modo eficiente y previsible, hasta el punto de ser consciente antes de comenzar de cual va a ser el resultado final.
De algún modo totalmente fortuito su propia experiencia y su propio “buen hacer” acaban por convertirse en su peor enemigo. El “oficio” se volvió “vicio” y lo que en otro momento fue una actividad esencialmente creativa termina por convertirse en un hecho rutinario, mecánico y sobre todo, insatisfactorio. Paradójicamente es muy común que mientras el creador se cierra en la prisión del oficio, su valía como profesional aumenta. Lo que para el creador es tedio y frustración es visto por las empresas que lo contratan como síntoma de profesionalidad y como garantía de trabajo bien hecho. Este contrasentido conduce al creador a una complicada disyuntiva:
Dejarse llevar por lo que de él se demanda, pese a que eso significa hacer una y otra vez el mismo trabajo del mismo modo. Intentar romper con las costumbres y vicios de su propio trabajo y buscar nuevas fórmulas desconocidas para él, con el riesgo que supone el rechazo de quienes demandaban ese “buen hacer”. En esta disyuntiva me encontraba en el momento en el que nació el proyecto “La Brecha”.
